domingo, 5 de febrero de 2012

Fiebre del oro despierta la ilusión de los pobres

En este pueblo ya casi no hay albañiles ni carpinteros. Tampoco trabajadoras del hogar, ni electricistas, ni podadores de césped, ni jornaleros dispuestos a trabajar con la espalda al sol. Lo que pasa es que en San Ramón (a 180 km al este de Santa Cruz), la fiebre del oro ha tocado la puerta de los pobres y estos se han desplazado hasta los cráteres donde duerme ese metal amarillo que ahora permiten extraer, después de que en octubre de 2010 el Gobierno clausurara las minas, bajo argumento de que eran ilegales y estaban en manos de extranjeros.
Un cráter de 40 metros de diámetro y 15 de profundidad es la gran esperanza que tiene Alfredo Gómez para salir de su pobreza.
Ahí está él con toda su familia: sus padres ancianos, su esposa de 40 años y dos hijos, de 18 y 14. Pero no son los únicos, según estadísticas de la Alcaldía de San Ramón, que lanza Gabriel Vera, encargado de Minería y áridos de ese municipio: medio pueblo se ha ido a buscar oro. En números eso significa por lo menos 4.000 personas. Indica que en San Ramón hay escasez de mano de obra para otros oficios. Pero también, quiere decir que la reactivación económica está a la vista.
Alfredo ni los otros no estarían buscando oro si es que el gobierno municipal (que está en manos del MAS), con la venia del Gobierno nacional, no hubiera ejecutado un acuerdo con las empresas privadas y cooperativas que ya entraron a operar en la zona conforme a ley (ver nota de la siguiente página).
El acuerdo consiste en que después de que estas apaguen sus dragas y otras maquinarias, a eso de las 17:00, permitirán que los pobladores bajen hasta las vetas de oro para sacar el metal con las manos o con cincel, o con una pala pequeña. “Nosotros recogemos las migas del banquete que se caen de la mesa”, dice Luis Varela que dejó su trabajo de parchador de llantas donde a la semana ganaba Bs 200.
Ahora su historia es otra. El lunes se mete 20 km adentro de San Ramón, por la zona de Santa Rosa de la Mina, cerca de la comunidad La Cruz. Ahí instala su carpa y amarra una gallina que sacrificará para que su carne le sacie el hambre hasta el viernes. A las 16:00 esperará como un sucha, junto a otra gente, a que las dragas de la cooperativa minera, que es dueña de la concesión, dejen de operar, para bajar hasta ese pozo de 14 metros de profundidad donde existe el oro entre la piedra y el barro.
En los cinco días de trabajo extrae entre uno y dos gramos del mineral, una ‘bicoca’ para la empresa privada, que puede sacar entre 40, 70 o más de 100 gramos, pero una fortuna para Varela, que vende esos dos gramos de oro en Bs 560.
En octubre de 2010, cuando el Gobierno sentó la mano a la actividad ilegal, al caer la minería, que es el motor económico de San Ramón, la gente del pueblo tuvo dos opciones: trabajar de lo que sea con sueldos de hambre, o emigrar hacia Santa Cruz donde las mejores condiciones de vida son posibles.
La historia hoy es al revés porque gente de San Julián y de otros pueblos está llegando a la zona, anoticiada de que en San Ramón es posible salir de pobre. Pero no hay que emocionarse.
Eso dice Melfi Oroza, una mujer de 60 años que durante nueve años buscó oro de manera clandestina en las canteras de las quebradas y arroyos, de donde apenas sacaba medio gramo cada 15 días. Pero ahora lo hace con todas las de la ley y está trabajando ‘viento en popa’. Cada semana reúne tres gramos de oro, (Bs 840), un dineral para ella, que cuando se dedicaba a sembrar maíz en su chaco producía solo para subsistir. Pero no siempre se encuentra una buena veta.
Casimira Pirita lleva cuatro días sin encontrar el mineral. A las 17:00 se mete en la fosa, y en cuclillas, con el agua hasta la cintura, menea el bastidor, un recipiente de chapa de turril de forma cónica (como un sombrero chino que compró en Bs 80). La operación de búsqueda es la siguiente: la persona baja al lugar de explotación minera donde existen vertientes de agua, mete el recipiente y lo llena con el barro y las piedras que arranca con la mano o con una pala o picota. Lo cierne hasta que el mineral, en caso de que aparezca, se quede prendido en la base del recipiente. Son unas partículas de color amarillo por las que, en el mercado, no pagarían más de Bs 5. Pero sirven, porque al terminar la semana se habrá sumado por lo menos medio gramo. Y los que tienen suerte, mucho más.
La gente espera en grupos a que las dragas descansen. Están expectantes como el animal a su presa. Conversan y sueñan con que esta tarde será de suerte y que al caer la noche no necesitarán linterna, porque el amarillo del oro los alumbrará en ese hueco que les puede cambiar la vida.
Las máquinas dejan de hacer bulla y se abre paso el ruido del monte que vuelve a ser sepultado, esta vez, por los pasos de los buscavidas que se lanzan al trabajo con la ilusión de que cualquier rato sus destinos pueden cambiar. Así empieza la faena, dura, mojada. “A veces esto parece una lotería. Pero prefiero este trabajo porque aquí soy dueño de mi tiempo. Cuando era peón y llegaba el sábado, el patrón me decía que no había dinero para pagarme. Aquí, si encuentro oro, tengo el dinero asegurado”, dice Rómulo Pascual, 48 años y un cachete hinchado por la coca.
Una vez abajo, están concentrados. Bate que bate el recipiente cónico. 15 minutos de movimiento y después puntitos amarillos en el fondo. Tan pequeño es el oro que lo recogen con un pedazo de barro.
“En nuestras casas el barro lo convertimos en agua y lo colamos para recuperar el metal”, explica Henry Salas, que antes de lanzarse a las vetas era sereno de una hacienda.
Los ‘busca oro’ invierten. A la minas se van en moto y por cada viaje pagan Bs 50 al conductor, bajo el compromiso de que los vuelva a recoger el viernes por la noche. Ellos arman sus campamentos a 100 metros del lugar de explotación. Se han comprado carpas y también cargan ollas, verduras y hasta a sus perros. En el interior de San Ramón, monte adentro, existen por lo menos 10 pequeños pueblos nómadas que se arman los lunes y se desarman todos los viernes.

Hay 46 solicitudes en San Ramón
En la Alcaldía de San Ramón existen 46 cooperativas que solicitaron iniciar el trámite para explotar legalmente en zonas mineras. “Casi todas son conformadas por empresarios de Santa Cruz y de San Ramón”, explicó Gabriel Vera, encargado de Minería y áridos del municipio. Vera recuerda que el edificio donde funciona la Alcaldía, pertenecía a una empresa minera que antes operaba en la zona. En San Ramón el oro ocupa un importante lugar en la vida social y política de sus habitantes.
Las conversaciones de las personas giran en torno a cuánto está la cotización del oro y en cómo la vida ha cambiado desde que esa actividad se reactivó. Vendrán días mejores, dice Vera, porque sabe que a medida que pasen los días habrá más gente buscando oro.
De las 46 firmas que solicitaron el permiso para explotar, 24 ya lo están haciendo, mientras van regularizando su situación legal.
En esta labor existe gente ocupada en dos frentes. Por un lado están los que pertenecen a una empresa o cooperativa, donde ganan un sueldo o un porcentaje de lo extraído, y por otro, los que buscan el oro de manera independiente después de que las dragas han hecho su trabajo. Con ello, los ingresos por regalías empezarán a sentirse. Por ahora, la Alcaldía informa que solo reciben Bs 1.700 al mes, pero que según un estudio que hicieron, San Ramón tiene una capacidad para generar Bs 3 millones al año en beneficios impositivos al municipio.
Para los ‘busca oro’ independientes también hay un plan a fin de que aporten a la Alcaldía. Vera dijo que se tiene previsto crear una especie de banco para que les compren el oro y así retener un pequeño impuesto.

Los cráteres

El comercio percibe los efectos de la reactivación minera. Ahora no solo los pasajeros que van hacia Chiquitos o Guarayos son los que consumen alimentos y bebidas. La economía local ha empezado a moverse y se ha convertido en el principal mercado de diversos productos.

Las jornadas duran entre dos y cuatro horas. La gente se organiza de acuerdo con su conveniencia. Los niños y los ancianos son los que menos trabajan, mientras que los adultos se quedan en las vetas, donde el oro se oculta entre la tierra y las rocas.

La inmigración está sintiéndose en San Ramón. Personas del interior de Santa Cruz y de Beni llegan primero a buscar un cuarto en alquiler y cuando se ubican, hacen amistades con los pobladores para que les abran las puertas de la ilusión de mejores días.

1 comentario:

  1. bueno en esta historia todo parace bonito es por eso que mucha gente al enterarse se va ha estos lugares, deberiamos ser mas especificos al decir las cosas, en san ramon la vida es sacrificada, la extraccion del oro implica un sacrificio, muchas personas los han dejado todo incluso vendido todo y aun asi lo perdieron, y las alcaldias ponen muchos obstaculos a sus mismos pobladores porque parece que no saben o no se informan de que ambos seran beneficiados.
    interesante que otras personas vean desde su perspectiva lo que es la mineria en san ramon pero no basta con ver y contarlo hay que vivirlo.

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