lunes, 10 de noviembre de 2008

Los lujos del mundo ataviaron a Potosí durante la Colonia

A finales del siglo XVI, Potosí deslumbraba al mundo. Cerca de 200.000 habitantes hacían de esta ciudad, nacida bajo el impulso de la explotación de la plata, la segunda urbe más poblada del planeta, luego de Venecia (Italia), y una de las más opulentas. Casi cinco siglos después, menos de 250.000 almas habitan Potosí.



Fue el indio Diego Huallpa quien descubrió la riqueza argentífera del Cerro Rico. Meses después, en 1545, una centena de españoles iniciaron la explotación de sus vetas que aún ahora, en el siglo XXI, sigue vigente.



El febril movimiento económico y la cotidianidad que se respiraba en las calles potosinas durante el auge minero de la Colonia han quedado registradas en crónicas que narran los entretelones de aquella prosperidad.



“Con el descubrimiento de la riqueza, en la forma más caótica que pueda imaginarse y sin que nadie atendiera al bautizo de la recién nacida mediante acto formal de fundación, había surgido una nueva ciudad”, se lee en Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela. El mundo desde Potosí, libro del historiador Mariano Baptista.



Pronto, funcionarios reales, aventureros, soldados, traficantes, marineros, indios y negros esclavos poblaron el lugar. En 1572, a menos de 30 años de su fundación, Potosí contaba con 120.000 habitantes, según el censo levantado por el virrey Toledo. Esta cifra la colocó por encima de Sevilla, entonces la ciudad más poblada de España.



Para mediados del siglo XVII había unos 4.000 españoles provenientes de la península, y otros tantos nacidos en Potosí, así como 40.000 criollos y 6.000 negros y mulatos. A ellos se sumaban portugueses, holandeses, italianos, ingleses, alemanes y turcos.



El Museo Británico atesora la anónima Descripción de Potosí, de 1603, documento que describe los lujos de sus habitantes.



“Los vestidos, sobre ser de costosas telas, iban cuajados de piedras preciosas; los sombreros llenos de joyas, cintillos ricos y plumas vistosas; cadenas de oro en los pechos, jaeces bordados en oro, plata y perlas; los pretales y armaduras de fina plata; los estribos y acicates de oro fino y si eran de plata sobredorados”.



Mineros, autoridades y alto clero formaban el sector privilegiado de la ciudad. Las riquezas que obtenían merced a la explotación de la plata, nunca vistas hasta entonces, les permitían una vida de ostentosa opulencia. La movilidad social era mayor que en cualquier parte del mundo. Las fortunas se hacían y deshacían en horas, describe la obra basada en los escritos de Arzans.



El cronista potosino ofrece una lista de los artículos que llegaban a la ciudad para satisfacer la vanidad de esa sociedad “que combatía el frío y la desolación del paisaje con todo lo más bello que por entonces podía ofrecer la industria del mundo”.



Sedas, hilos y tejidos provenían de Granada, Portugal y Holanda; tapicerías, espejos, escritorios y encajes de Flandes; papel de Génova, hierro de Vizcaya; espadas de Toledo; tejidos, de seda, oro y plata, sombreros de castor y lencería de Francia; pinturas de Roma; bayetas, sombreros y tejidos de lana de Inglaterra; cristales, marfiles y piedras preciosas de la India Oriental.



El exceso de plata y de mano de obra indígena barata provocó un alza vertiginosa de precios de todos los artículos importados. El Oidor Juan de Matienzo afirmó entonces que Potosí era el mercado más caro del mundo. Otro cronista hablaba de un «monumento a la usura».



Sin embargo, otra era la realidad que respiraban los indios que fueron forzados a trabajar en las minas a través de la mita.



“Innumerables son los que han perecido en sus entrañas: cada paso que dan en una de sus minas llegan a los umbrales de la muerte, sirviéndoles a cada uno de vela para morir aquella que traen en la mano para poder andar. Veréislos trepar por las sogas cargados del metal, sudando. También los veréis asemejarse a las bestias caminando en cuatro pies con la carga a las espaldas, y otras arrastrándose como gusanos”, describió Arzans de Orsúa.

La vida en la Villa Imperial narrada por cronistas coloniales

Violencia

Cuatro academias de esgrima se instalaron en la ciudad. En una de ellas enseñaba un italiano, en otra un irlandés. Eran comunes los duelos a espada y a pistola. Debido a que las autoridades se mostraban incapaces de poner orden, cada persona velaba por su seguridad. Se impusieron multas no sólo a los que tomaran armas, sino también a los curiosos que espectaban la lucha. Luego se dispuso que quien quisiera batirse debía estar acompañado de padrinos y hacerlo fuera de la ciudad.

Prostitución

En 1603 existían 120 prostitutas. Entonces había la tradición entre los españoles de indultar la vida a un condenado a muerte si es que se casaba con una “mujer de amores”. Francisco de Carvajal narró en esa época que un reo prefirió la muerte antes de ser rescatado por una “putana feona y muy bellaca, sucia y con la cara marcada con una cuchillada”.

Entretenimiento

Arzans da cuenta de 14 escuelas de danza para hombres y mujeres, en la que los directores hacían rápida fortuna pues sus alumnos, acabando cada danza, “arrojaban detrás de las sillas, al suelo 50 a 100 pesos”. Habían también 36 casas de juego de naipes y trucos, donde se jugaban hasta 100.000 pesos por noche. Las compañías de farsas, entre tanto, hacían en una tarde unos de 3.000 pesos.

Piratas

La piratería fue una de las actividades ilícitas que mermaron poderosamente los ingresos fiscales que las autoridades coloniales extraían de Potosí. En distintas épocas, marinos ingleses, holandeses y franceses, actuando al servicio de sus países o por iniciativa propia, asaltaron el precioso cargamento. Quizá el golpe más importante a la armada real española fue el realizado por holandeses en 1628, cuando arrebataron un equivalente a 10 millones de ducados, unos 140 millones de dólares.

Inicio

La primera veta conocida fue La Descubridora, de Juan de Villarroel, quien se convirtió en el hombre más rico de Potosí.

Las epidemias, la mortandad de bebés españoles y la soledad de los ibéricos se vivieron en la Villa Imperial

Soledad

Las autoridades querían evitar que los hombres casados en España estén solos. En 1580 la Audiencia de Charcas instruyó a Pedro de Zárate que vaya a Potosí y “averigüe quiénes están casados en España, secuestre y remate sus bienes (...) para que sean remitidos a hacer vida con sus mujeres en España”. En 1533, Cornieles de Lamberto entró en acuerdo con un galeno para burlar la norma. “Lamberto tiene varias fístulas en la ingle y en la nalga y otras en la vía del caño, entre los dos servicios, que aunque las primeras están cerradas, queda la del caño, por donde salen los orines; que por consiguiente no puede andar a caballo ni tener acceso carnal con mujer, por derramársele las simientas por las fístulas”.

Jornada

El indio que trabajaba bajo la mita ingresaba a la mina el martes. Un día antes se hacía su reparto a los empresarios. Los mitayos permanecían en el interior durante cinco días continuos. Los más afortunados salían por un instante a media semana para consumir el refrigerio que les llevaban sus esposas. El indio ingresaba a la mina con una bolsa de maíz tostado, su única dieta; además de agua y coca. En el siglo XVI se sustituyó el horario por la entrega obligatoria a cargo de los mitayos de determinadas cantidades de mineral. Esto significaba más horas de trabajo. Siendo su salario semanal de dos pesos y medio, las multas eran de tres pesos y medio.

Don

El distintivo de “Don”, que al principio se daba solamente a los miembros de la nobleza, comenzó a venderse en Potosí a partir de 1664 a razón de 200 reales por una vida, 400 reales por dos (extensivo al hijo mayor) y 600 reales por vida y con carácter hereditario ilimitado.

Calles

Las calles no tenían nombre oficial, se las conocía por alguna actividad vinculada a ellas. Mercaderes, por las tiendas de ropa; Comedia, donde estaba el coliseo para las representaciones teatrales; Pelota, por el local del juego de pelota vasca; Chicha, por el expendio del licor; Lusitana, donde vivían los portugueses, y Supay, por una posible aparición maléfica en el lugar.

Mortandad

Hasta medio siglo después de establecida la ciudad, es conocido que ningún niño español recién nacido pudo sobrevivir en la región. La costumbre era que las madres fuesen a dar a luz en los valles cercanos, permaneciendo en ellos hasta que los bebés cumplieran seis meses o un año. Algunos atribuían este hecho a castigos divinos por los excesos que se cometían en Potosí.

Médicos

A finales del siglo XVI, no pasaban de tres los médicos residentes que provenían de España. La farmacología que trajeron contenía medicinas como ranas calcinadas, ojos de cangrejo, espíritu de lombrices, sangre de dragón.

Epidemias

En 1719 una epidemia de fiebre tifoidea causó, según las crónicas, la muerte de 22.000 personas, la mayor mortandad que sufrió la ciudad en su historia. Hubo otras epidemias de menor importancia en 1584, por una pestilencia no identificada, y en 1589, por dengue. La viruela atacó la ciudad en 1590.

Alimentación

El régimen de alimentación habría alarmado a un nutricionista moderno. La dieta básica se basaba en carne de vacuno y cerdo, aves, ají y muy poca verdura. Además de chocolate, popularizado desde México, vino y aguardiente. Un hombre de 50 años ya era considerado anciano. Francisco de Carvajal se hizo célebre al morir a los 80. Fue ajusticiado.

Despilfarro

Sarmiento Gamboa quedó impresionado al observar los gastos económicos en la Villa. “Suelen ser pródigos sin modo ni fin en gastos, lujos, superfluidades y vicios. Los peones y operarios beben, juegan y gastan cuando ganan; los hombres de día visten de tela rica y de fino cambray y por humorada al día siguiente bajan a la mina, donde les suele servir la gala para taco y facilitar el golpe de pico. Esto los sirvientes: ¿cómo serán los amos?”.

Gastos

En 1603 se registró un ingreso de 1.600.000 botijas de chicha para el consumo de los indígenas. El vino importado para los españoles alcanzó a 50.000 botijas.

Vivienda

Por más de siglo y medio, desde el descubrimiento del Cerro Rico, las viviendas de españoles e indios no se diferenciaron gran cosa, sino en el tamaño y los muebles, pues unas y otras estaban hechas de adobe y techos de paja. La construcción estaba a cargo de los nativos, quienes se vieron con tal exceso de trabajo para atender las demandas de los peninsulares que se rebelaron, produciéndose refriegas que culminaron con la muerte de indios.

Coca

La coca provenía básicamente del Cusco y de los Yungas de La Paz. El consumo para el año 1603 fue de 60.000 cestos. La hoja era utilizada para mantener a los indios trabajando de forma continua dentro de las minas.

Dependencia

El presidente de la Audiencia de Charcas, Juan López de Cepeda, escribió al Rey en 1590: “Querer que los españoles aren, caven y trabajen en las minas y los campos y hagan otras cosas semejantes, no es posible porque no los hay para ello y no está en su costumbre”. Añadió la sugerencia de emplear esclavos. “Los negros en las alturas no podrían escapar por ser tierra fría y pelada. No tendrán qué comer ni dónde ocultarse. Con tenerlos en continuo trabajo y darles castigos ejemplares y rigurosos a los que los mereciesen y en especial caparlos, como se hace en México, (...) se aseguraría que no puedan huir ni intentar otras iniquidades a las cuales son inclinados”.

Abuso

Aunque las ordenanzas del Perú instruían que no se debía repartir a los curas más de tres muchachas y dos ancianos, hubo iglesias como la de Sicayas donde trabajaban 40 indígenas, ocho de ellos mayordomos y cuatro mujeres solteras. Cada mayordomo estaba obligado a dar al cura 40 pesos en monedas de plata con cargo a las misas que iban a celebrarse y un real diario para vino, incienso, harina para las hostias y jabón para lavar la ropa blanca de la sacristía. A esto se añadía el rosario de fiestas religiosas que los curas fomentaban y en las que los indígenas contribuían con el “ricuchicu”, consistente en dinero o víveres. En 1591, el Virrey escribió que los curas “chupan la sangre de los indios con más codicia que los seglares”.

Importaciones

La abundancia provocada por la explotación de la plata provocó la falta de incentivos para la agricultura. Así, Potosí estaba obligada a consumir los productos de las provincias del Alto Perú. De Cochabamba se llevaba el trigo y el maíz en grano, tanto para la alimentación de los 120.000 indios como “de otros 120.000 perros que es más lo que éstos consumen que los indios”, se lee en Descripción de Potosí (1603). De Tarija llegaban chivos, cerdos y carneros; de Tucumán y Cordova, ganado y mulas; de Chuquisaca y Vallegrande, tabaco; de Arequipa y Cinti, aves de corral. Se consumían anualmente en la Villa Imperial 4.000 reses, 50.000 ovejas y unas 100.000 llamas.

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